Cómo nos cambió la percepción del Gobierno en la Calle: Vivencias y realidades de una estrategia municipal
Nunca había estado tan cerca de una experiencia que cambió mi visión sobre el impacto real de las políticas públicas. Mi percepción del programa Gobierno en la Calle se basaba en un escepticismo arraigado, pensando que era una estrategia más. Sin embargo, mi reciente visita a las veredas El Desquite y Buenavista del corregimiento Río Blanco me demostró lo contrario.
Era una mañana fresca y muy fría del viernes 13 de septiembre, y el sol apenas comenzaba a iluminar el paisaje del Páramo de Letras. Me encontré en un escenario que prometía ser una jornada de rutina: el Alcalde Jorge Eduardo Rojas Giraldo y su equipo estaban allí para escuchar las necesidades de la comunidad. Sin embargo, lo que presencié transformó mi entendimiento sobre el verdadero propósito de este programa.
Desde el primer momento, el ambiente estaba cargado de esperanza y expectativa. La comunidad local, desde líderes de juntas de acción comunal hasta simples habitantes, se reunió para presentar sus peticiones y preocupaciones. A primera vista, las solicitudes parecían pequeñas: arreglar un hueco en la carretera, mejorar la señalización, proporcionar más seguridad, o construir una pequeña biblioteca. Sin embargo, a medida que conversaba con los residentes, entendí que estas “pequeñas” necesidades estaban interconectadas con su bienestar diario.
Me encontré conversando con Javier Jaramillo de El Desquite, un hombre que, a pesar de la dureza de su vida como agricultor, hablaba con una pasión palpable sobre la necesidad de una escuela mejor equipada para sus hijos. Me mostró una sala en la escuela local, donde los recursos eran escasos y las paredes, descoloridas. Su voz no solo reflejaba la frustración sino también la esperanza de que estas mejoras ofrecieran un futuro más prometedor para sus hijos.
Rubiela Castro, presidenta de la Junta de Acción Comunal de Buenavista, compartió con nosotros cómo la falta de acceso a internet estaba limitando las oportunidades educativas y laborales en su vereda. Su determinación de traer tecnología y conectividad a su comunidad era evidente, y sus argumentos resonaban con la urgencia de un acceso básico en la era digital.
Mientras observaba al Alcalde y a su equipo escuchar atentamente a cada uno de los habitantes, me di cuenta de que la verdadera esencia de Gobierno en la Calle no era una estrategia más ni la simple promesa de resolver problemas. Era, en realidad, un intento genuino de conectar con las comunidades en un nivel profundo y entender sus necesidades reales.
Los residentes no solo querían que se tapara un hueco o se construyera una biblioteca; querían sentir que sus voces estaban siendo escuchadas y que sus problemas eran valorados. La promesa de inversiones en infraestructura, como el mantenimiento de vías y la reparación de escuelas, se percibió como una muestra tangible de compromiso hacia el desarrollo y la calidad de vida de estas comunidades.
Uno de los momentos más conmovedores fue cuando José Norberto García, agricultor de El Desquite, habló sobre la importancia de tener una pequeña biblioteca en su vereda. “No se trata solo de libros”, dijo. “Es un lugar donde nuestros hijos pueden aprender y soñar con un futuro mejor.” Su comentario reflejó cómo algo tan simple podría tener un impacto significativo en el desarrollo personal y comunitario.
A medida que el día avanzaba, me di cuenta de que el verdadero valor del Gobierno en la Calle radica en la capacidad de transformar pequeñas peticiones en grandes cambios. La inversión de más de 2.500 millones de pesos anunciada por el Alcalde no solo representa una cifra significativa, sino una serie de oportunidades para mejorar la calidad de vida en estas veredas.
Al final del día, cuando nos despedimos de las comunidades, la sensación era de satisfacción y esperanza. La estrategia de Gobierno en la Calle no se trataba de una mera promesa electoral, sino de un esfuerzo genuino por conectar con la gente y enfrentar sus necesidades de manera efectiva.
Salir de El Desquite y Buenavista con una perspectiva renovada sobre el impacto de las políticas públicas me recordó que, a veces, las soluciones más efectivas comienzan con la voluntad de escuchar y comprender. Mi experiencia me enseñó que el verdadero cambio empieza con el reconocimiento de las necesidades más simples, pero más fundamentales, de las comunidades que buscan mejorar su entorno y su futuro.