El marketing se apoderó del free press: agencias privadas administran la palabra pública y condicionan la independencia periodística.

En Colombia, durante la última década, la contratación de agencias de marketing para manejar la pauta oficial transformó el free press en un mecanismo de control informativo. Lo que empezó como estrategia de visibilidad se volvió una red de censura económica que afecta a periodistas y medios digitales en todo el país.
En Colombia, la libertad de prensa se negocia a punta de contratos. En los últimos años, bajo el ropaje de la modernización comunicativa, un nuevo intermediario silencioso ha ganado poder sobre la palabra pública: las agencias de marketing. Son ellas —no los periodistas ni las redacciones— quienes hoy deciden qué se publica, qué se omite y cuánto vale la voz de un medio independiente. El fenómeno tiene un nombre que suena inocente pero que esconde una mutación profunda: free press.
Lo que nació como una estrategia legítima para ganar visibilidad sin pagar pauta se ha convertido en una estructura de control informativo. En la práctica, muchas instituciones públicas han delegado su comunicación a empresas privadas que administran la pauta oficial bajo lógicas de mercadeo. Estas agencias no solo compran espacios publicitarios; imponen coberturas, condicionan la publicación de boletines y evalúan la “rentabilidad” de las noticias como si se tratara de campañas de shampoo. En el camino, el periodismo perdió su autonomía económica y simbólica.
De la prensa libre a la prensa de contrato
Durante décadas, free press significó algo completamente distinto. En el lenguaje del marketing, era el arte de conseguir publicidad gratuita a partir del interés noticioso: un producto o marca que logra cobertura porque tiene una historia relevante. En el campo del periodismo, en cambio, el término evocaba la esencia misma del oficio: la prensa libre, sin censura ni coacción.
Ambas nociones coexistieron sin conflicto, hasta que los límites se desdibujaron. A medida que los medios locales y regionales comenzaron a depender de la pauta institucional para sobrevivir, el free press mutó. Lo que antes era visibilidad ganada se volvió visibilidad impuesta. Lo que era independencia se transformó en dependencia sofisticada: ya no de la censura explícita, sino del contrato administrativo.
En la actualidad, casi todas las gobernaciones, alcaldías y entidades públicas manejan presupuestos de comunicación que superan los millones anuales. Pero esos recursos, que en teoría deberían fortalecer la información de interés ciudadano, se canalizan a través de agencias de medios que operan bajo criterios publicitarios. El resultado es un ecosistema donde el rating pesa más que la verdad, y la estética de la marca oficial sustituye la función crítica del periodismo.
El intermediario invisible
El mecanismo es sutil y perfectamente legal. Una alcaldía contrata una agencia “para la gestión de medios y difusión de mensajes institucionales”. El contrato incluye la compra de banners, publicaciones digitales o espacios radiales. Hasta ahí, nada anómalo. Pero en la letra menuda aparecen las cláusulas que distorsionan el juego: el medio que reciba pauta debe cubrir las ruedas de prensa, replicar boletines oficiales o difundir mensajes predeterminados.
Es decir: la pauta deja de ser publicidad y se convierte en contraprestación editorial.
El periodista independiente, que antes vendía un servicio informativo, ahora ejecuta una orden. Si no cubre el evento o no publica el comunicado, corre el riesgo de no ser incluido en la próxima contratación.
En teoría, se trata de una transacción comercial; en la práctica, de una forma de censura blanda. Las agencias operan como filtro y escudo: la administración no presiona directamente a los medios, pero la agencia decide quién entra, quién sale y quién se atreve a preguntar de más.
Esta tercerización, según estudios recientes, ha consolidado un modelo de control indirecto que no deja huellas visibles. El funcionario puede afirmar que “hay libertad de prensa”, y tiene razón: nadie prohíbe nada. Pero el periodista sabe que una pregunta incómoda puede costarle el contrato del mes siguiente.
El espejismo de la modernización
El discurso que legitima esta práctica se viste de eficiencia. Las administraciones locales argumentan que externalizar la gestión de pauta mejora los procesos y garantiza la visibilidad institucional. Las agencias prometen segmentar audiencias, optimizar métricas y garantizar “impacto comunicativo”.
Sin embargo, esa lógica de mercado aplicada a la información pública tiene efectos corrosivos. Al convertir la comunicación institucional en un producto de consumo, el mensaje se despolitiza y se estetiza. Las notas sobre obras, programas o políticas se transforman en piezas publicitarias que celebran la gestión sin espacio para el contraste o la crítica.
Los medios pequeños —aquellos que viven de la pauta local— quedan atrapados en una paradoja: deben sobrevivir con el dinero de la administración que deberían vigilar. Algunos aceptan el trato, otros desaparecen. En los últimos años, el mapa digital colombiano se llenó de medios nativos que duran menos de tres años. Su principal causa de muerte: la inestabilidad de la pauta oficial y la imposibilidad de competir con los conglomerados que monopolizan la atención.
Censura sin censores
No se necesita cerrar un medio para callarlo. Basta con no incluirlo en la lista de beneficiarios de publicidad. Esa forma de castigo —económico y silencioso— se ha vuelto la herramienta preferida de las instituciones para premiar o sancionar líneas editoriales.
En muchos municipios, los periodistas ya conocen el protocolo: si publican una nota crítica, la pauta se suspende; si replican el boletín, se mantiene. La autocensura, antes un dilema ético, ahora es una estrategia de supervivencia.
Esta dinámica ha creado una suerte de ecosistema paralelo donde los boletines oficiales circulan como noticias, los comunicadores institucionales se convierten en proveedores de contenido, y las agencias de marketing actúan como editoras de facto del discurso público. En este escenario, el ciudadano no recibe información sino propaganda cuidadosamente empaquetada en formato periodístico.
La economía de la obediencia
Detrás de cada rueda de prensa repleta y de cada nota “institucional” publicada por docenas de medios, hay un circuito económico que premia la obediencia. Un estudio reciente sobre modelos de negocio periodístico en Colombia muestra que cerca del 40 % de los ingresos de los medios digitales proviene de la pauta oficial. En algunos casos regionales, la dependencia supera el 60 %.
Esta concentración de recursos públicos en contratos publicitarios crea un sistema de lealtades clientelistas dentro del periodismo. Los medios que mantienen buena relación con las oficinas de prensa reciben contratos recurrentes; los que cuestionan, desaparecen del radar.
El problema no es solo ético, sino estructural: la pauta pública se convierte en el principal motor —y a la vez el principal obstáculo— de la sostenibilidad informativa. Mientras las administraciones gastan millones en visibilidad, los medios carecen de independencia financiera para investigar o fiscalizar.
El triunfo del algoritmo
A esta ecuación se suma un nuevo actor: las plataformas digitales. En el afán por medir resultados, las agencias priorizan métricas de alcance, clics o impresiones, y penalizan los contenidos que no “performan” en redes sociales. Así, el algoritmo se vuelve coeditor de la agenda informativa.
La lógica de los contratos refuerza esa dependencia: se exige a los medios reportar estadísticas de tráfico y engagement, no calidad de contenido. Un boletín con fotos y emojis vale más que una investigación de fondo sin viralidad. El lenguaje se simplifica, el análisis desaparece y la información pública se convierte en storytelling institucional.
Este fenómeno ha impulsado una homogeneización discursiva que atraviesa el país: todos los comunicados suenan igual, todos los titulares celebran logros, todos los medios replican la misma foto. La pluralidad se disuelve en un coro uniforme donde lo importante no es informar sino cumplir metas de visibilidad.
Los periodistas sin contrato
En medio de esta maquinaria, los periodistas independientes —freelancers, cronistas locales, comunicadores comunitarios— son los más vulnerables. Al no tener respaldo empresarial, negocian directamente con las agencias o las oficinas de prensa, muchas veces sin contratos formales ni tarifas claras.
Algunos aceptan publicar boletines a cambio de pequeñas sumas o “visibilidad”. Otros, simplemente, se resignan a asistir a ruedas de prensa donde la noticia ya está escrita. Los más críticos quedan fuera del sistema y recurren a la autofinanciación o al crowdfunding, estrategias que apenas permiten subsistir.
El resultado es una precarización extendida del trabajo periodístico. El oficio se convierte en una cadena de tareas tercerizadas: redactar, grabar, editar y difundir contenidos para una marca que no admite disenso. En el lenguaje del marketing, se llama “alineación de mensaje”; en el del periodismo, es pérdida de sentido.
Una independencia en ruinas
La independencia editorial, que alguna vez fue el núcleo ético del periodismo, hoy se mide en porcentaje de contratos. Cada peso de pauta implica una cesión de libertad. Los medios más grandes logran diversificar ingresos con suscripciones o consultorías; los pequeños, en cambio, dependen casi exclusivamente de la publicidad oficial.
Esa asimetría produce un desequilibrio informativo profundo. Los medios nacionales, con mayor músculo financiero, pueden mantener líneas críticas y seguir publicando investigaciones. Los regionales, atrapados en la lógica contractual, se vuelven altavoces de la administración local. La consecuencia es una ciudadanía menos informada y más susceptible a la propaganda.
Paradójicamente, el auge de medios nativos digitales —más de seiscientos en todo el país— no se ha traducido en mayor pluralidad. La fragmentación del mercado publicitario y la concentración del poder institucional han convertido esa diversidad en dispersión. Muchos de esos proyectos apenas sobreviven con donaciones o fondos de cooperación internacional, lo que genera nuevas dependencias y nuevas formas de autocensura.
El nuevo rostro de la censura
La censura contemporánea no se ejerce con tijeras ni prohibiciones, sino con presupuestos. El funcionario ya no necesita cerrar un medio; basta con excluirlo de la lista de pauta o con canalizar los recursos hacia agencias que “optimizan” la comunicación.
El resultado es una prensa que no calla por miedo, sino por contrato. Cada boletín publicado sin contraste, cada rueda de prensa transmitida en vivo sin pregunta incómoda, es una victoria del marketing sobre la democracia.
En este contexto, el free press ha dejado de ser “prensa libre” o “publicidad gratuita”. Es, más bien, una ironía estructural: un sistema donde el dinero público compra silencio y donde la libertad informativa se convierte en una ilusión de transparencia.
Resistencias posibles
A pesar del panorama sombrío, existen grietas de resistencia. Algunos medios locales han comenzado a construir redes colaborativas para compartir contenidos, intercambiar recursos y negociar colectivamente con anunciantes. Otros han optado por modelos de membresía, talleres de formación o servicios de consultoría que les permiten sostener la independencia.
También surgen iniciativas de transparencia, como repositorios públicos de contratos de publicidad oficial o observatorios de medios que monitorean la relación entre gobierno y prensa. Estas experiencias demuestran que la libertad no se pierde de golpe: se defiende en cada cláusula, en cada titular y en cada decisión de no callar.
El desafío, sin embargo, es sistémico. Mientras el Estado continúe tratando la comunicación pública como un instrumento de promoción y no como un derecho ciudadano, la prensa libre seguirá siendo un ideal frágil. La verdadera modernización no consiste en tercerizar la palabra, sino en devolverla a quienes la merecen: los ciudadanos.
La factura de la libertad
Al final, la escena se repite en todo el país. Un periodista recibe una llamada: “Hay rueda de prensa en la Alcaldía, esperamos su cubrimiento”. Asiste, graba, publica el boletín y comparte en redes la foto oficial. Al día siguiente, la agencia lo felicita por su “compromiso con la comunicación institucional”.
En ningún momento se habla de periodismo.
El free press colombiano ya no es libre ni gratuito: tiene tarifa, manual de estilo y cliente. Su nombre encubre la paradoja de una libertad administrada, donde la crítica se cotiza en contratos y la verdad se subasta al mejor postor. En esa confusión semántica —donde el marketing se disfraza de prensa y la publicidad de información— se juega buena parte del futuro democrático del país.
La pregunta que queda abierta es simple y urgente:
¿Quién pagará mañana la factura de la libertad que hoy se vende por clic?

El Impacto del Modelo “Freepress” en la Independencia Editorial y los Modelos de Negocio del Periodismo Digital en Colombia
La Crisis Económica del Freepress: Concentración Mediática, Depresión Publicitaria y Crecimiento de Alternativas Digitales
El ecosistema mediático colombiano se encuentra inmerso en una profunda transformación estructural, impulsada por el colapso de su modelo económico tradicional basado en el “freepress”, es decir, la financiación a través de la publicidad. Este modelo, que históricamente ha sido dominante, ha demostrado ser insostenible frente a la migración de los recursos económicos hacia plataformas digitales globales y a la persistente concentración de la propiedad mediática, lo que ha exacerbado una crisis de viabilidad que afecta directamente la independencia editorial y la calidad del periodismo. La dependencia de la publicidad oficial para entre el 40% y 50% de sus ingresos convierte a este sistema en un pilar fundamental, pero también en una fuente crítica de vulnerabilidad [[2]]. En 2019, la pérdida de empleos en el sector fue alarmante, con 400 periodistas perdiendo sus trabajos y 1.100 afectados en cuatro años, principalmente debido a la caída de los ingresos publicitarios dirigidos hacia gigantes tecnológicos como Google y Facebook [[5]].
La estructura del mercado colombiano está marcada por una intensa concentración de la propiedad mediática. Tres conglomerados —los grupos Santo Domingo (con Caracol TV y El Espectador), Ardila Lülle (con RCN) y Luis Carlos Sarmiento Angulo (con El Tiempo, entre 80 medios más) [[5,10,29]]— controlan una cuota de audiencia combinada del 55.5% al menos en radio, internet y prensa [[38]]. Esta concentración no solo limita la pluralidad informativa, sino que también socava la independencia editorial, ya que las decisiones comerciales y políticas de estos grandes actores influyen directamente en todo el sector. De hecho, el 62% de los periodistas encuestados conocen casos de colegas que modificaron su posición editorial a cambio de publicidad o favores políticos [[5]], y un 44% de los profesionales sabe de medios locales que suspendieron publicaciones por miedo a perder dicha publicidad gubernamental [[17]]. Esta dinámica crea un entorno donde la autocensura se vuelve una estrategia de supervivencia.
En contraste con esta crisis, ha surgido una “explosión” de medios digitales nativos, con cerca de 680 sitios web identificados en Colombia [[12]]. Estos nuevos actores ofrecen mayor pluralidad y enfoque en temas como derechos humanos, desigualdad social y diversidad sexual, representando una alternativa al periodismo tradicional dominado por la élite [[12]]. Sin embargo, la sostenibilidad de estos medios es un desafío constante. Aunque han ganado relevancia, especialmente durante la pandemia, con sitios como Pulzo, Las2Orillas y La Silla Vacía consolidándose como referentes [[22]], su capacidad para generar ingresos es precaria. Mientras tanto, la penetración del consumo digital es alta: el 69,1% de la población tiene acceso constante a internet, dedicando en promedio 10 horas y 3 minutos diarios a él, y 1 hora y 30 minutos a consumir noticias en línea [[10]]. La competencia por estas audiencias y los ingresos asociados es feroz, dominada por Meta y Google, que capturan aproximadamente la mitad de todos los gastos publicitarios digitales globales [[27]]. En Colombia, el 70% de los recursos publicitarios digitales están en manos de estos gigantes tecnológicos extranjeros [[10]]. Esta concentración de la riqueza digital amenaza la viabilidad económica de los medios locales, debilitando su capacidad para resistir presiones comerciales y políticas [[21,27]].
La siguiente tabla resume la situación financiera de algunos medios digitales nativos en Colombia, ilustrando la fragilidad de sus modelos de negocio.
| Medio Digital | Fuente Principal de Ingresos Reportada | Ingresos Estimados / Objetivo | Número de Donantes / Miembros Activos | Fuente(s) |
|---|---|---|---|---|
| La Silla Vacía | Subvenciones internacionales (30%), membresías (7%), publicidad (23%) | Presupuesto anual de ~$1 millón USD | ~1,200 Super Amigos activos | [[38,60,64]] |
| Mutante | Patrocinios corporativos (8), donaciones, membresía, consultoría | Presupuesto anual de $250,000 USD | No disponible | [[8,53]] |
| Cerosetenta | Alianza con universidades, eventos, membresía | No disponible | No disponible | [[36,50]] |
| ElDiario.es (España) | Lectores (50%), patrocinios (50%) | €9 millones (publicidad) + €4.5 millones (lectores) | 61,000 miembros | [[13]] |
| Daily Maverick (Sudáfrica) | Miembros y donaciones (32%) | No disponible | 24,500 miembros | [[13]] |
Este panorama revela una tensa dualidad: mientras los grandes medios tradicionales luchan por adaptarse a un mercado digital dominado por transnacionales, los nuevos medios digitales, aunque más ágiles, enfrentan barreras significativas para lograr la sostenibilidad financiera sin depender de la publicidad estatal o de subvenciones externas. La crisis del freepress no es solo una cuestión de menores ingresos, sino que reconfigura por completo el poder y la autonomía dentro del periodismo colombiano.
La Influencia Indirecta de la Publicidad Oficial como Herramienta de Control Editorial
Más allá de su impacto económico directo, la publicidad oficial se ha erigido en la principal herramienta de control editorial en Colombia, operando de manera sutil pero efectiva para distorsionar la agenda informativa y silenciar voces críticas. Lejos de ser un simple contrato comercial, este mecanismo se utiliza como un subsidio oculto y un instrumento de poder para premiar a los aliados y castigar a los adversarios, creando un ambiente de autocensura generalizada [[15,16]]. La Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) afirma que el mal uso de la publicidad oficial es la causa número uno de censura en los medios colombianos después de la violencia armada [[15]]. Su influencia es tan profunda que afecta económicamente al 50% o 60% de los medios si se les priva de ella [[15]]. Esta práctica no solo compromete la independencia periodística, sino que también viola principios básicos de contratación estatal, como la equidad y la transparencia [[17,29]].
La mecánica de este control es opaca y sesgada políticamente. Los contratos se asignan siguiendo una lógica de premio y castigo según la postura editorial de cada medio [[19]]. Un 44% de los periodistas encuestados por FLIP conocían medios que dejaron de publicar por temor a perder la publicidad gubernamental, y casi la mitad reconoció que algún periodista o medio había cambiado su línea editorial a cambio de contratos publicitarios [[17]]. La presión puede ser explícita, como en el caso del exalcalde de Medellín Daniel Quintero, quien fue acusado de firmar contratos millonarios con influencers para difundir su agenda política [[15]]. También puede ser indirecta, manifestándose a través de intermediarios privados que no están obligados a rendir cuentas y que utilizan fondos públicos para comprar cobertura favorable, como ocurrió en Bogotá, Medellín y Barranquilla, donde hasta el 70% de la información sobre la publicidad oficial era oculta [[2]]. Esta falta de regulación permite que los fondos destinados a informar a la ciudadanía se utilicen como moneda de presión [[29]].
El impacto de esta dinámica es palpable en la práctica periodística. Comunicadores en ciudades como Barranquilla, Santa Marta y Cartagena reportan haber experimentado censura y practicado autocensura al cubrir noticias sobre sus alcaldías, temerosos de represalias laborales o económicas derivadas de la pérdida de presupuestos de publicidad institucional, que pueden ascender a millones de dólares anuales [[16]]. Esta presión indirecta es tan efectiva que llega a distorsionar la cobertura electoral, como se observó en las elecciones regionales de octubre de 2023 [[17]]. Los medios que apoyan a un candidato reciben publicidad estatal tras su elección, lo que crea una circularidad perversa de lealtad y control [[31]]. Tatiana Velásquez, cofundadora de La Contratopedia Caribe, denuncia que la publicidad oficial se usa para silenciar voces críticas y distorsionar las narrativas informativas, especialmente en las regiones [[15]]. Su medio, junto con otros como Los Danieles, optó por rechazar la publicidad oficial hasta que exista una regulación adecuada, financiándose con becas internacionales y crowdfunding [[15]].
A pesar de la existencia de marcos legales como el Estatuto Anticorrupción de 2011, que exige transparencia en la asignación de publicidad, las prácticas corruptas persisten [[29]]. Esto se debe a la ausencia de una ley específica y robusta que regule el tema en Colombia, como la que existe en Brasil y que, sin embargo, tampoco pudo evitar que el gobierno de Jair Bolsonaro usara fondos públicos para financiar sitios de desinformación [[19]]. Organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Corte Suprema de México ya han advertido sobre la necesidad de crear marcos legales claros para regular la publicidad oficial y proteger la libertad de expresión [[2]]. La falta de tales regulaciones en Colombia significa que el control editorial sigue siendo gestionado en la oscuridad, perpetuando un ciclo de dependencia y autocensura que socava gravemente el derecho a la información plena y libre [[14]].
Diversificación de Modelos de Negocio: Estrategias para Fortalecer la Autonomía Financiera
Frente a la crisis del freepress y la presión de la publicidad oficial, los medios de comunicación en Colombia han comenzado a explorar activamente modelos de negocio alternativos con el fin de fortalecer su independencia financiera y editorial. La estrategia clave es la diversificación de ingresos, moviéndose estratégicamente de una dependencia casi total de la publicidad hacia una cartera más amplia de fuentes de financiación [[21,49]]. Esta transición no es solo una cuestión de supervivencia económica, sino un imperativo para la resiliencia democrática del periodismo. El objetivo es construir modelos sostenibles que reduzcan la vulnerabilidad a las presiones externas, permitiendo a los medios mantener su autonomía para ejercer una función de fiscalización efectiva [[36]].
Uno de los modelos más destacados es el de financiación colectiva y membresía, popularizado por medios como La Silla Vacía. Este enfoque busca construir una comunidad de lectores comprometidos que no solo consumen contenido, sino que también invierten financieramente en el periodismo independiente [[57]]. La Silla Vacía lanzó su programa “Super Amigos” en 2012, que en 2018 generó unos US$180,000, un 7% de sus ingresos [[11]]. En 2021, los ingresos por membresía representaban alrededor del 6-7% de sus finanzas totales, provenientes de aproximadamente 1,200 miembros activos [[54,64]]. El modelo se basa en ofrecer beneficios editoriales como boletines exclusivos, participación en debates y acceso a expertos, en lugar de restringir el contenido detrás de un muro de pago [[57,60]]. Otros medios latinoamericanos como Animal Político (México) y Chequeado (Argentina) han implementado modelos similares con éxito [[64,67]]. Sin embargo, este modelo enfrenta desafíos significativos en Colombia, como la escasa cultura de la donación y la dificultad de alcanzar metas de recaudación, como se evidenció cuando La Silla Vacía no logró su meta de 750 donantes en una campaña [[59]].
Otra vía crucial es la obtención de subvenciones y donaciones de fundaciones filantrópicas internacionales. Organizaciones como la Open Society Foundations (OSF), la Ford Foundation, la Fundación Konrad Adenauer y agencias estadounidenses son pilares fundamentales para la viabilidad de muchos medios independientes en la región [[62,66,68]]. Entre 2016 y 2022, 40 medios latinoamericanos recibieron más de 27 millones de dólares de OSF y Ford Foundation [[66]]. En Colombia, medios como La Silla Vacía, Verdad Abierta y Pacifista dependen en gran medida de estos fondos [[3,38]]. Si bien estas subvenciones son vitales para la supervivencia, también generan riesgos de dependencia y posible sesgo editorial, ya que los donantes a menudo condicionan los fondos a proyectos específicos (por ejemplo, sobre cambio climático o desinformación), lo que puede distorsionar la agenda periodística [[62]]. Además, la volatilidad en la estrategia de las propias fundaciones, como la reciente reestructuración de OSF, representa una amenaza para la estabilidad financiera a largo plazo [[66,68]].
La diversificación también incluye servicios complementarios y contenidos patrocinados. Medios como Mutante, fundado en 2018, han diseñado modelos híbridos exitosos. Obtiene ingresos de conversaciones patrocinadas con organizaciones, financiadas por ONGs y universidades; de donaciones individuales a través de una membresía llamada “Become Mutant”; y de un estudio matriz que genera servicios B2B [[8]]. El Diario.es (España) combina ingresos de lectores (50%), patrocinios (50%) y publicidad programática, mostrando un modelo híbrido muy eficiente [[53]]. En América Latina, el 65% de los medios reporta obtener ingresos de al menos tres fuentes diferentes [[34]]. La venta de productos, eventos y capacitación son otras áreas emergentes, aunque la falta de personal especializado en ventas sigue siendo un obstáculo crítico. Un estudio de SembraMedia encontró que los medios con al menos un vendedor pagado reportaron ingresos medianos de $117,000 anuales, frente a solo $3,900 en aquellos sin personal de ventas [[34,50]]. Programas de aceleración como Velocidad, gestionado por ICFJ y SembraMedia, están ayudando a los medios a desarrollar estas capacidades empresariales, con resultados impresionantes: los participantes generaron más de cinco millones de dólares en ingresos y crecieron hasta seis veces el monto recibido en subvenciones [[36,51]]. La sostenibilidad, por tanto, parece depender cada vez más de una gestión empresarial proactiva y una innovación continua en la monetización de la audiencia y la marca.
Casos de Éxito y Desafíos: Análisis Comparativo de Modelos de Sostenibilidad en Medios Colombianos
El análisis de casos específicos de medios digitales colombianos ofrece una visión detallada de los modelos de sostenibilidad que funcionan y los desafíos que persisten en el camino hacia la autonomía financiera. Medios como La Silla Vacía, Mutante y Cerosetenta sirven como ejemplos paradigmáticos de cómo la diversificación de ingresos, la construcción de comunidades y las alianzas estratégicas pueden superar las barreras impuestas por el colapso del freepress.
La Silla Vacía: Fundada en 2009 por Juanita León, este medio de periodismo de investigación se ha convertido en un referente en Colombia gracias a su modelo de sostenibilidad multifacético. Su principal desafío ha sido la dependencia de subvenciones internacionales, que históricamente han sido su fuente de ingresos más grande, con el Open Society Institute (OSI) y USAID como principales patrocinadores [[3,54]]. Sin embargo, esta dependencia lo expone a los cambios en las agendas de las fundaciones y a la escasez de fondos, como se observó con la reducción del 40% del personal de OSI en 2024 [[62,66]]. Para mitigar esto, La Silla Vacía ha apostado decididamente por la financiación por parte de la audiencia. Su programa “Super Amigos”, lanzado en 2012, busca generar ingresos directos de sus lectores para sostener su trabajo de investigación [[11,54]]. Aunque los ingresos por membresía solo representan un pequeño porcentaje de sus finanzas totales (aproximadamente el 6-7%), el objetivo es llegar al 30% para 2023, lo que demuestra un compromiso claro con la independencia editorial [[64]]. Sus campañas de crowdfunding han tenido éxitos variables; por ejemplo, en 2016 recaudó COP 89 millones (US$29,000) con 600 donantes, lo que cubrió una décima parte de sus gastos operativos para 2017 [[59]]. El desafío cultural de la donación en Colombia sigue siendo una barrera importante [[59]]. A pesar de ello, su modelo híbrido, que combina donantes internacionales, membresía, publicidad, talleres y consultoría, lo posiciona como un ejemplo robusto de resiliencia mediática [[65]].
Mutante: Este medio digital, fundado en 2018, presenta un modelo de negocio aún más diversificado y flexible. Su presupuesto anual de más de $250,000 se origina de diversas fuentes [[8]]. Una de sus estrategias más innovadoras es el uso de “conversaciones patrocinadas” con organizaciones como ONGs y universidades, las cuales pagan por dialogar con la audiencia del medio, sin ceder el control editorial final [[8]]. Además, obtiene fondos de donaciones individuales a través de una membresía (“Become Mutant”) y de un estudio matriz, Camino, que genera ingresos mediante servicios B2B [[8]]. Este modelo híbrido es similar al de ElToque (Cuba), otro medio de Project Oasis, que logró reducir su dependencia de subvenciones del 90% al 70% mediante la creación de servicios de consultoría [[53]]. El caso de Mutante demuestra que es posible construir un modelo viable que aleje la producción periodística de la presión de la publicidad estatal o de la dependencia exclusiva de una sola fuente de financiación.
Cerosetenta: Este medio, vinculado a la Universidad de los Andes, ilustra el valor de las alianzas institucionales para la sostenibilidad. Con una fuerte conexión académica, puede contar con un financiamiento básico estable que cubre hasta el 70% de sus gastos, lo que le permite enfocarse en la producción de contenido de calidad y la construcción de audiencia [[62]]. Su modelo se complementa con ingresos de eventos, membresía y posiblemente publicidad. La colaboración con una institución educativa no solo garantiza estabilidad financiera, sino que también le confiere un estatus de credibilidad y autoridad. Programas como Velocidad han sido cruciales para su desarrollo, proporcionándole asesoría para diversificar sus ingresos y optimizar su modelo de negocio [[36,51]]. Su éxito muestra que las alianzas con sectores como la educación pueden ser una ruta efectiva hacia la independencia.
La siguiente tabla compara los modelos de estos tres medios, destacando sus estrategias y desafíos:
| Característica | La Silla Vacía | Mutante | Cerosetenta |
|---|---|---|---|
| Fecha de Fundación | 2009 | 2018 | Información no disponible |
| Modelo Principal | Híbrido (Subvenciones, Membresía, Publicidad, Consultoría) | Híbrido (Patrocinios Corporativos, Membresía, Servicios B2B, Donaciones) | Híbrido (Universidad, Eventos, Membresía, Publicidad) |
| Fuente de Ingresos Clave | Subvenciones Internacionales (30%), Membresía (~7%) | Patrocinios Corporativos (8), Donaciones y Membresía | Financiación de la Universidad (hasta 70%), Eventos |
| Ingresos Totales | ~$1 millón USD anuales | >$250,000 USD anuales | No disponible |
| Audiencia Activa | ~500,000 usuarios únicos mensuales | No disponible | No disponible |
| Miembros/Donantes | ~1,200 “Super Amigos” activos | No disponible | No disponible |
| Desafíos Principales | Dependencia de fondos externos, escasa cultura de donación local | Mantener el balance entre patrocinios y control editorial, escalabilidad | Equilibrar misión académica y objetivos comerciales |
| Fortalezas | Gran reputación, experiencia en financiación colectiva | Modelo diversificado, flexibilidad | Estabilidad financiera básica, credibilidad institucional |
| Fuente(s) | [[38,59,60,64]] | [[8,53]] | [[62]] |
Estos casos demuestran que no hay una fórmula única para la sostenibilidad. La adaptación incremental, la experimentación y la diversificación son constantes [[7]]. Sin embargo, un factor común en el éxito de estos medios es la inversión en gestión empresarial y el desarrollo de una cultura organizacional centrada en la viabilidad financiera. Como señala Rosental Alves, director del Knight Center, no depender demasiado de la publicidad es clave para la independencia editorial [[36]]. Los desafíos comunes que enfrentan todos estos medios incluyen la escasez de personal especializado en ventas y el manejo de bases de datos de usuarios, lo que afecta directamente su capacidad para ejecutar campañas de donaciones y monetización efectivas [[33,34]]. La solución pasa por invertir en nuevas habilidades y adoptar mentalidades de negocio más modernas, un proceso en el que organizaciones como SembraMedia y Thomson Media están jugando un papel fundamental a través de programas de aceleración y mentoría [[36,42,43]].
El Rol de la Inteligencia Artificial y las Plataformas Tecnológicas en la Monetización Digital
Las plataformas tecnológicas globales, lideradas por Google y Meta, ocupan una posición hegemónica en el ecosistema de publicidad digital, absorbiendo una porción masiva de los ingresos que antes fluían hacia los medios tradicionales y emergentes. En Colombia, el 70% de los recursos publicitarios digitales están en manos de estos gigantes, y a nivel global, ellos y Amazon capturan actualmente aproximadamente la mitad de todos los gastos publicitarios digitales [[10,27]]. Esta concentración de poder no solo erosiona la base de ingresos de los medios, sino que también introduce nuevas formas de monetización, como Google News Showcase, que, aunque potencialmente útil en tiempos de crisis, es percibida por la mayoría de los medios como insuficiente para sostener sus operaciones, con compensaciones que representan solo entre el 1% y el 3% del tráfico total [[45]]. Esta dinámica crea una dependencia compleja y arriesgada, donde los medios deben aceptar las condiciones de las plataformas para recibir cualquier tipo de compensación, lo que refuerza su hegemonía y condiciona la distribución y monetización del contenido [[45]].
En este contexto, la inteligencia artificial (IA) emerge como una herramienta doble. Por un lado, ofrece soluciones para optimizar la interacción con la audiencia y mejorar la eficiencia operativa. Medios como ElTiempo.com y CaracolTV.com están utilizando la IA para analizar el comportamiento de los visitantes y convertir a los usuarios ocasionales en suscriptores, una estrategia crucial en un mercado donde la tasa de pago por noticias en línea es baja (solo el 15% de los usuarios) [[17]]. Víctor García-Perdomo, investigador de la Universidad de La Sabana, destaca que en las áreas urbanas, el consumo de noticias es mayor en línea que en televisión o prensa impresa, lo que hace inevitable la adopción de tecnologías que mejoren la experiencia del usuario digital [[22]]. La IA puede ayudar a segmentar audiencias, personalizar recomendaciones de contenido y automatizar procesos de marketing, liberando tiempo para que los periodistas se concentren en la producción de calidad.
Sin embargo, la dependencia de estas plataformas y de la tecnología que ellas controlan conlleva riesgos significativos. La misma IA que ayuda a monetizar puede ser utilizada por las plataformas para controlar aún más el ecosistema. Por ejemplo, la forma en que las redes sociales como Facebook y WhatsApp, que juntas generan el 65% del tráfico de los medios noticiosos más importantes de Colombia, deciden qué contenido promover o priorizar, tiene un impacto directo en la viabilidad de los medios [[37]]. La falta de control sobre estos flujos de audiencia los deja expuestos a los cambios en los algoritmos, que pueden afectar drásticamente su visibilidad y, por ende, sus ingresos. Además, la colaboración con Google en iniciativas como el Google News Initiative (GNI) para combatir la desinformación, aunque beneficiosa en el corto plazo, puede generar una dependencia de infraestructuras y decisiones de una plataforma tecnológica que opera bajo su propio interés económico [[35]]. Se recomienda que los medios se unan para construir sus propias plataformas y sistemas de publicidad que ofrezcan inventarios efectivos, credibilidad y menor riesgo reputacional para las marcas, en lugar de depender exclusivamente de los sistemas centralizados de Google y Meta [[63]].
La relación con las grandes tecnológicas es, por tanto, una paradoja. Por un lado, son un salvavidas temporal a través de programas de subvenciones como GNI, que ha financiado 51 proyectos en América Latina entre 2019 y 2021, o Google News Showcase [[35,45]]. Por otro lado, estas mismas empresas amenazan la sostenibilidad a largo plazo y condicionan la viabilidad de los medios, lo que limita su autonomía estratégica y financiera [[35]]. La transformación digital de los medios ha avanzado, pero su efectividad se ve limitada por bajos niveles de inversión publicitaria digital y una fragmentación de la audiencia que requiere esfuerzos de innovación constantes [[63]]. La respuesta estratégica no puede ser simplemente adaptarse pasivamente a las tecnologías que ofrecen las grandes plataformas. Requiere una inversión deliberada en la construcción de activos de datos y audiencia propios, así como en la negociación colectiva para asegurar un trato justo. El futuro de la monetización digital para los medios colombianos dependerá de su capacidad para navegar este complejo entorno, aprovechando las herramientas de la IA para optimizar su oferta sin sucumbir a la captura tecnológica y manteniendo una postura de independencia frente a los monopolios de la publicidad digital.
Implicaciones para la Democracia: Autonomía Periodística y el Futuro del Control de Poder
La transformación del modelo de negocio del periodismo en Colombia, catalizada por la crisis del freepress y la voracidad de las plataformas digitales, tiene profundas implicaciones para la salud democrática del país. La independencia editorial, un pilar del periodismo como garante de la transparencia y el control de poder, está directamente ligada a la viabilidad económica de los medios [[27]]. Cuando los medios se vuelven dependientes de la publicidad estatal o de subvenciones filantrópicas, su capacidad para ejercer una vigilancia imparcial se ve comprometida, lo que puede llevar a la autocensura, a la distorsión de la agenda informativa y, en última instancia, a la erosión del derecho de la ciudadanía a recibir información completa y libre de intereses particulares [[25,47]].
La presión por parte de actores poderosos, ya sean el gobierno o los anunciantes, se manifiesta en múltiples formas. La censura directa es una, pero la autocensura es quizás el daño más profundo. Un 60% de los periodistas encuestados por FECOLPER en 2012 admitían dedicar tiempo a vender publicidad, lo que evidencia cómo la supervivencia económica se entrelaza con la agenda editorial [[29]]. En contextos locales, la presión es aún más tangible: periodistas en ciudades como Barranquilla han reportado prácticas de autocensura al cubrir temas sensibles relacionados con la corrupción o el conflicto, por temor a perder la pauta de los municipios [[16,47]]. Esta dinámica no es exclusiva de la publicidad estatal; la propia naturaleza del periodismo de clics, impulsado por la publicidad digital programática, también puede incentivar la producción de contenido viral y superficial a expensas de la investigación profunda, lo que también constituye una forma de control que diluye la calidad del debate público [[19,33]].
Para contrarrestar estas tendencias, la diversificación de los modelos de negocio es vital, pero no suficiente por sí sola. Es igualmente crucial la creación de marcos regulatorios que garanticen la transparencia en la publicidad oficial y la independencia de los medios públicos. La ausencia de una ley clara sobre la publicidad estatal en Colombia permite que sea utilizada como una herramienta de control político, violando la libertad de expresión y la Ley de Transparencia [[2,19]]. Organismos como la CIDH y la Corte Constitucional han instado al Estado a actuar, pero la reforma legislativa avanza lentamente, mientras los medios continúan siendo presionados [[26,46]]. La concentración de la propiedad mediática, donde tres familias controlan casi la mitad de la audiencia, agrava el problema, ya que los intereses comerciales y políticos de estos conglomerados influyen en la agenda informativa de toda una nación [[10,31]]. El intento del gobierno de Iván Duque de fortalecer el Ministerio de TIC y la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) generó preocupación en organizaciones de prensa, que advirtieron de un riesgo de que el gobierno obtuviera un control excesivo sobre el espectro y los medios públicos [[26]].
El futuro de la autonomía periodística en Colombia dependerá de un ecosistema resiliente, capaz de producir contenido de calidad sin estar sometido a presiones externas. Esto requiere una triple acción coordinada:
Primero, los propios medios deben continuar su transformación hacia modelos de negocio más diversos y sostenibles, reduciendo su dependencia de la publicidad y construyendo relaciones directas y rentables con sus audiencias a través de membresías, eventos y servicios premium [[36,53]]. Segundo, se necesita una intervención regulatoria sólida. La aprobación de una ley transparente para la publicidad oficial es urgente para separar el gasto público de la agenda política y restaurar la neutralidad en la asignación de estos fondos [[19]]. Tercero, la sociedad civil y las fundaciones de apoyo deben seguir promoviendo la resiliencia mediática. Programas como Resilience Incubator, que apoya a medios en Colombia a diversificar ingresos y fortalecer su seguridad, son cruciales para la supervivencia de voces independientes [[42,43]].
En conclusión, el “freepress” en Colombia no es un concepto abstracto, sino una realidad que ha erosionado la base económica del periodismo, abriendo la puerta a nuevas formas de control. La transición hacia modelos de financiamiento alternativos como las subvenciones y la membresía es una respuesta necesaria para la supervivencia, pero también presenta nuevos riesgos de dependencia y sesgo. La verdadera independencia editorial se construirá en la medida en que los medios puedan diversificar sus ingresos hasta un punto en el que ninguna fuente de dinero pueda dictar qué historias se cubren y cuáles no. Este es un desafío que va más allá de la gestión empresarial; es un requisito fundamental para que el periodismo pueda cumplir su función como el contrapeso indispensable en una democracia. La viabilidad económica no es un fin en sí misma, sino el vehículo que permite que el periodismo cumpla su deber de servir a la comunidad, un deber que, como señaló Katharine Graham al publicar los Pentagon Papers, debe prevalecer incluso ante las presiones financieras o legales [[30]]. El camino hacia una prensa verdaderamente libre y plural en Colombia es un viaje incierto, pero la perseverancia de medios como La Silla Vacía y Mutante, apoyada por un ecosistema internacional de apoyo, demuestra que es un objetivo alcanzable si se persigue con determinación y una estrategia integral que combine innovación empresarial, defensa regulatoria y un compromiso irrestricto con la ética periodística.
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