Entre el ruido político y el desencanto ciudadano, el proyecto que prometió transformar Colombia muestra grietas profundas. Pero su caída, más que un desastre, podría ser el ajuste natural del poder.

En Colombia, tras casi tres años del gobierno de Gustavo Petro, los resultados electorales y las tensiones internas del Pacto Histórico evidencian un desgaste estructural. El progresismo, que alcanzó 11,2 millones de votos en 2022, enfrenta hoy divisiones, pérdida territorial y fatiga social. Analistas advierten que, lejos de un colapso caótico, el país atraviesa una reconfiguración del poder que podría devolverle espacio al votante de centro.
Lectura estratégica del poder: el colapso sereno del progresismo — y el parte de tranquilidad que nadie quiso leer
El poder, en Colombia, nunca se derrumba: se desliza. Lo hace con la misma elegancia con la que una grieta avanza por la pared de una casa antigua —sin ruido, sin drama, pero con la certeza de que un día la fachada cederá. El país lleva meses observando, con la fascinación morbosa del espectador, lo que muchos llaman el “descabelle” del Pacto Histórico. En realidad, lo que estamos viendo es algo más profundo: la implosión controlada de un proyecto que llegó a la cúspide prometiendo redención y hoy se consume en su propio eco moral. No es el fin de la historia, sino el retorno de la política a su temperatura natural.
El ruido y la calma después del vendaval
El Pacto Histórico no cayó: se agotó. Las elecciones de 2022 fueron su punto más alto, un fenómeno de densidad simbólica más que ideológica. Gustavo Petro encarnó —con el dramatismo que solo los personajes fundacionales pueden tener— la promesa de ruptura con el viejo orden. Durante meses, el relato del cambio funcionó como anestesia colectiva: la épica sustituyó al programa, la emoción sustituyó al método, y el progresismo se convirtió en una liturgia. Pero toda mística que entra en el Palacio termina convertida en burocracia.
El problema del Pacto no fue la oposición, ni siquiera la resistencia del establecimiento, sino su propia administración del poder. Lo que en campaña fue verbo y utopía, en el gobierno se volvió Excel, trino y litigio. A falta de una narrativa compartida, cada fragmento del movimiento empezó a orbitar su propio sol: ministros que se creían tribunos, congresistas que se asumieron mártires, y un presidente que nunca abandonó la pose de outsider. El resultado es este presente de fricciones internas, donde la izquierda ya no se mide por sus enemigos, sino por sus traiciones internas.
Radiografía del voto 2022: el pico del mito
El 19 de junio de 2022, Petro obtuvo 11,2 millones de votos. Fue una proeza histórica, pero también un techo. En retrospectiva, aquel resultado no representó la consolidación del progresismo, sino el clímax de su narrativa. Ese electorado fue menos una coalición programática que un estallido emocional: jóvenes con fe, sectores medios fatigados de la corrupción, periferias que veían por fin un rostro familiar en la tarima. Pero ese mosaico de expectativas era, desde el inicio, ingobernable.
Dos años después, la curva descendente en encuestas, la fragmentación en el Congreso y la fuga de aliados territoriales confirman lo que las cifras anticipaban: el voto del cambio fue un voto de catarsis, no de confianza. Colombia votó por un respiro, no por una revolución. El progresismo confundió ese suspiro con un mandato eterno. Y el desgaste llegó, inevitable, por la vía más colombiana posible: la desilusión.
La entropía interna del progresismo
Ningún movimiento sobrevive mucho tiempo a su propio mito fundacional. El Pacto Histórico, que nació de la promesa de “superar la política tradicional”, terminó reproduciendo sus peores reflejos: personalismos, sectarismos y la fascinación por el espejo mediático. La izquierda se volvió espejo del caudillo que pretendía superar. En lugar de expandirse hacia el centro, se encerró en una fortaleza de pureza ideológica, desde donde denuncia a todo el que duda como traidor o vendido.
En el fondo, lo que se derrumba no es solo una coalición, sino una cierta fe ilustrada en la moral como sustituto de la técnica. La ilusión de que el cambio se decreta, no se gestiona. De ahí el tono cada vez más místico del discurso presidencial, donde la crítica se interpreta como pecado y la política como revelación. La crisis del Pacto no es un accidente; es la consecuencia natural de haber convertido la ética en dogma y la gestión en sospecha.
El progresismo colombiano, como casi todos los movimientos redentores de la historia reciente, confundió movilización con poder. En el Estado descubrió lo que los viejos liberales siempre supieron: gobernar es negociar. Pero esa palabra —negociar— se volvió anatema. En su lugar, se impuso el gesto: la firma del decreto, el tuit, el discurso de la plaza. Gobernar, sin embargo, exige otra forma de disciplina: la del silencio, la de las alianzas imperfectas. Y ahí es donde la izquierda se quiebra, víctima de su propia pureza performativa.
El retorno del poder territorial
Mientras el progresismo se desgasta en el aire, el poder —como siempre— regresa a la tierra. Gobernaciones, alcaldías y redes clientelares han vuelto a ocupar su lugar natural en la anatomía del Estado. Lo que algunos llaman “retroceso” es, en realidad, el reflujo del orden territorial colombiano, que nunca fue derrotado, solo adormecido por la novedad del relato progresista.
Las elecciones regionales de 2023 marcaron ese punto de inflexión. En departamentos donde el Pacto Histórico parecía haber consolidado base (Atlántico, Valle, Bolívar), las alianzas se diluyeron y emergieron coaliciones híbridas, muchas de ellas recicladas del uribismo o del santismo. La izquierda perdió músculo local no porque la gente la odiara, sino porque no logró ofrecer estructura. La política no vive del idealismo: vive de máquinas, relaciones, favores y presencia. El progresismo, deslumbrado por su superioridad moral, olvidó que el Estado colombiano es, ante todo, un territorio en disputa.
Así, mientras en Bogotá se discuten discursos, en las provincias se firman contratos. Y en ese pulso silencioso, el poder vuelve a sus cauces naturales. El resultado no es una restauración conservadora, sino una reconfiguración pragmática. Colombia no se mueve por ideologías: se mueve por inercias. Y el centro, ese espectro que todos invocan y nadie encarna, empieza a ver en el ocaso del Pacto no una tragedia, sino una oportunidad para volver a tener la palabra.
La crisis como catarsis democrática
Cada colapso político tiene su utilidad. El del Pacto Histórico, si se lee con serenidad, podría ser una purga necesaria. Durante años, Colombia vivió atrapada entre dos absolutos: la derecha mesiánica del miedo y la izquierda mesiánica de la esperanza. Ambos se alimentaban mutuamente, necesitaban al otro para existir. Hoy, con el desgaste de ambos relatos, el país podría —por primera vez en décadas— volver a hablar en tono civil.
El progresismo, al institucionalizarse, perdió su inocencia. Pero en ese mismo proceso dejó instalada una sensibilidad que no se borrará: la idea de que la desigualdad ya no puede ser decorado retórico. Esa es su herencia, aunque no su victoria. Lo demás —los discursos de redención, las batallas simbólicas, la autopercepción de cruzada moral— se disolverán como tantas otras epopeyas políticas latinoamericanas. El problema no es que Petro haya fracasado: es que el país necesitaba ver el fracaso para desmitificar la política.
Esa desmitificación, que para algunos parece cinismo, es en realidad madurez democrática. Cuando la ciudadanía deja de creer en salvadores, empieza a exigir administradores. Y ahí es donde el centro —ese votante fatigado, escéptico, que ya no aplaude ni aplaude ni abuchea— encuentra su lugar. El colapso sereno del progresismo no debería celebrarse como victoria de la derecha, sino como liberación del país respecto a su propio infantilismo político.
Un parte de tranquilidad para el centro
El ruido de los titulares pasará. Las encuestas subirán y bajarán. Los ministerios seguirán rotando como fichas de ajedrez. Pero algo más profundo quedará: la certeza de que el poder en Colombia no se conquista una vez, sino que se administra todos los días. La izquierda creyó que bastaba con ganar una elección para transformar la estructura; la realidad le recordó que la estructura transforma a quien gana.
En buena hora, diría el colombiano promedio de centro, si de este descabelle surge un sistema menos histérico. En buena hora, si el fracaso del Pacto sirve para devolverle al debate público una dosis de racionalidad. La izquierda aprenderá —como aprendieron antes los conservadores, los liberales y los tecnócratas— que ningún proyecto político puede sostenerse sobre la pureza. El país no necesita mártires ni profetas, necesita gente que haga bien las cuentas y sepa escuchar.
Tal vez ese sea el verdadero legado de este ciclo: no la refundación de la patria, sino el regreso a lo elemental. Que el poder, por fin, deje de ser escenario de redención y vuelva a ser un oficio. Que el Estado deje de hablar en clave de epopeya y empiece a hablar en clave de servicio. Que el centro —esa palabra que tanto se teme pronunciar— deje de ser sinónimo de tibieza y empiece a serlo de equilibrio.
El colapso sereno del progresismo no es el fin del cambio, sino el fin de la ilusión de que el cambio podía venir de un solo hombre. Lo que sigue será más gris, más aburrido, más técnico. Y eso, en buena hora, puede ser el mayor alivio que haya tenido Colombia en mucho tiempo.
Fuentes consultadas
- Registraduría Nacional del Estado Civil — Resultados elecciones presidenciales 2022, primera y segunda vuelta
- El Espectador (2023) — El Pacto Histórico pierde peso en las regiones
- La Silla Vacía (2024) — La izquierda en gobierno: del relato épico a la gestión frustrada
- BBC Mundo (2024) — ¿Por qué se desinfló la popularidad de Gustavo Petro?

1. Contraste de datos electorales
Consulta interna del Pacto Histórico – 26 de octubre de 2025
- Según reportes recientes, la consulta interna del Pacto Histórico alcanzó aproximadamente 2.373.310 votantes. El Colombiano+1
- En ese ejercicio, Iván Cepeda resultó vencedor con más de 1 000 000 de votos, y con más del 64 % de los votos que se contaron. infobae+2El Colombiano+2
- También se destaca que esta participación implicó una caída sustancial en relación con el estándar anterior del movimiento: por ejemplo, fue alrededor de un tercio de los votos que movilizó el Pacto en la consulta de 2022. El Colombiano+1
Consulta/primaria del Pacto Histórico – 2022
- En marzo de 2022, el Pacto Histórico organizó una consulta para elegir su candidato presidencial. En ese proceso, Petro obtuvo 4.487.551 votos (≈ 80,51 %) según La República. Diario La República+2ELESPECTADOR.COM+2
- En ese mismo proceso, la participación fue mucho mayor; por ejemplo, uno de los reportes indica 5.584.758 votos válidos para la consulta de 2022. infobae
Elección presidencial de 2022
- En la segunda vuelta de la elección presidencial del 19 de junio de 2022, Petro (como candidato de la coalición Pacto Histórico) obtuvo 11.291.986 votos, frente a 10.604.337 de su rival. registraduria.gov.co+2directoriolegislativo.org+2
- La participación total fue de unos 22.687.910 votos escrutados, lo que representó una participación del 58,17 % del electorado habilitado. registraduria.gov.co+1
Síntesis comparativa
- En 2022, la consulta del Pacto reunió más de ~5,5 millones de votos; en 2025 la consulta del Pacto apenas superó ~2,3 millones. Esto representa una caída muy significativa en la movilización.
- La diferencia no sólo es en cifras absolutas sino también en el peso relativo dentro de la coalición/movimiento. En 2022 Petro logró una mayoría abrumadora en la consulta interna, lo que le daba un mandato fuerte interno para su candidatura. En 2025 Cepeda gana con un buen margen, pero bajo una participación muy inferior a la de hace tres años.
- El éxito electoral de Petro en 2022 en la presidencia (más de 11 millones de votos) muestra que la coalición pudo convertir ese caudal interno en respaldo nacional. En cambio, la menor participación en 2025 sugiere que ese “movimiento de base” está hoy menos expansivo o más fatigado.
2. Análisis político del escenario
La comparación de estos datos nos permite extraer varias lecturas importantes para la política colombiana, en especial para el Pacto Histórico y la izquierda en general:
a) Movilización y desgaste
El gran descenso en la participación de la consulta de 2025 apunta a que la base de activación del Pacto Histórico sufre desgaste. No sólo es menor en cantidad, sino que también puede estar mostrando signos de menor entusiasmo o de repunte difícil de mantener. La movilización en 2022 fue excepcional —un momento de “oleada” de cambio—; ahora ese impulso parece haber perdido parte de su vigor.
b) Mandato interno vs. mandato externo
En 2022, Petro llegó a la candidatura con un mandato interno fuerte (más del 80 % en la consulta) y luego lo tradujo en votos externos. En 2025, Cepeda entra como candidato interno con buena ventaja, pero el mandato es más débil en comparación. Eso plantea un reto de legitimidad: aunque gane internamente, la menor participación puede debilitar su posición de cara al electorado general y ante sus adversarios internos. También significa que el candidato debe trabajar más para “demostrar” que puede movilizar más allá del núcleo duro.
c) Resonancia nacional vs. local/regional
El éxito de Petro en 2022 fue posible porque el Pacto Histórico logró “hundir” raíces en regiones tradicionales de la izquierda, en territorios de Colombia Pacifica y Caribe, y movilizó nuevos votantes. EL PAÍS English+1 El hecho de que en 2025 la consulta tenga menor alcance sugiere que esa capacidad de expansión está amenazada. Podría significar que la coalición no está conectando con nuevos sectores o que hay “desconexión” entre la dirigencia y los votantes menos activos.
d) Desafíos para 2026
El resultado de 2025 deja varias tareas para el Pacto Histórico si aspira a repetir o ampliar su éxito:
- Necesidad de reactivar el entusiasmo: recuperar la sensación de fuerza, que los votantes sientan que participar importa y que el movimiento tiene un momentum.
- Ampliar más allá del núcleo: captar votantes que no necesariamente estaban en 2022, o que en 2022 fueron una “oleada” y ahora requieren mantenimiento, acercamiento, y agenda convincente.
- Fortalecer la estructura orgánica: la movilización baja puede revelar debilidades en la logística, en la comunicación, en la territorialización del proyecto político.
- Mediación del poder interno: Cepeda debe establecer su liderazgo al interior, pero también negociar con los sectores que no participaron o que se desmovilizaron. Tiene que construir unidad, y al mismo tiempo visión de crecimiento.
- Conectar con lo nacional: la consulta interna es importante, pero el gran reto es cómo esa energía se traduce en elecciones nacionales. Si la consulta es débil, puede prefigurarse una elección más difícil externamente.
e) Riesgos para la izquierda gobernante
Finalmente, este descenso en movilización tiene implicaciones para la gobernabilidad del proyecto de izquierda que encabeza Petro. Un movimiento que se moviliza menos internamente puede estar menos capacitado para sostener reformas políticas, enfrentarse a contrapesos o manejar crisis de legitimidad. También transmite señales a la oposición: que la fuerza electoral ya no es tan ascendente como en 2022, lo que puede animar a los adversarios a reagruparse.
Los datos muestran que aunque el Pacto Histórico mantiene el núcleo de su fuerza política (tanto que Cepeda gana la consulta con solvencia), el gran salto de movilización de 2022 no se ha reproducido. Esto presenta un doble reto: reconsolidar internamente y ampliar hacia el electorado nacional. En términos políticos, el momento para la coalición es de transición: de “salto expansivo” hacia “consolidación” y quizá “refuerzo” para 2026.
🧭 Análisis comparativo ampliado — Consulta Pacto Histórico 2025
1. La magnitud real del resultado (2,6 millones de votos):
Aunque algunos sectores opositores calificaron la jornada como un “fracaso”, los datos y antecedentes muestran que no se trató de una caída estructural, sino de una participación coherente con el contexto. En 2018, la consulta de la izquierda (Petro vs. Caicedo) movilizó 3,2 millones de votantes; en 2022, el fenómeno de Petro la elevó a 5,8 millones, pero esa cifra se dio en un “día caliente” de elecciones legislativas, con una movilización general superior a 20 millones de electores y 100.000 mesas habilitadas. En contraste, la de 2025 fue una “consulta fría”, sin elecciones concurrentes, con apenas 19.000 mesas. Bajo esas condiciones, alcanzar 2,6 millones representa un rendimiento proporcionalmente sólido.
2. La línea histórica de crecimiento de la izquierda:
Comparada con la última consulta interna de izquierda fuera de ciclo (2009, Petro vs. Carlos Gaviria), el salto es exponencial: de 483.000 votos a 2,6 millones en 16 años, es decir, 5,3 veces más. Esto confirma que la izquierda consolidó una base electoral estable, incluso sin el efecto arrastre de las elecciones al Congreso. Además, la cifra se acerca al resultado del Pacto Histórico al Senado en 2022 (2,8 millones), lo que sugiere que el piso electoral se mantuvo, incluso sin la maquinaria electoral tradicional.
3. Expectativas vs. realidad:
Dentro del petrismo, el cálculo inicial era de tres millones de votos, luego moderado a uno. Alcanzar 2,6 millones superó esa expectativa final. De ahí que analistas como Jorge Iván Cuervo y Pedro Medellín coincidan en que fue un resultado positivo, dadas las condiciones logísticas, jurídicas y de movilización. Cuervo destacó además el valor institucional del ejercicio: fortalecer la democracia interna de los partidos y reducir el “bolígrafo” en la definición de candidaturas.
4. Lecturas cruzadas y simbolismo político:
Desde la oposición (Motoa, Cambio Radical), el argumento es que el petrismo “arranca débil” para 2026. Pero otras voces no alineadas, como la senadora Angélica Lozano (Alianza Verde), reconocieron que el resultado fue “más alto de lo pronosticado” y que marca un punto de partida competitivo. Incluso el presidente Petro, aunque bordeando la frontera legal de la participación política, interpretó el dato como una demostración de fuerza latente: “El Pacto tiene más electores que la mayoría de los partidos en fechas reales de elecciones”.
5. Proyección estratégica:
El efecto político inmediato es doble. Por un lado, Iván Cepeda emerge con legitimidad interna, proyectando una candidatura de consenso progresista. Por otro, el Pacto Histórico se reposiciona como la primera fuerza organizada de izquierda en consolidar una cultura de consultas abiertas fuera del calendario electoral tradicional, algo que ni liberales ni conservadores han sostenido con éxito en las últimas décadas.
Más que un “fracaso” o “éxito”, la consulta del 26 de octubre fue un termómetro estructural: midió la capacidad del Pacto para movilizar a su base sin los estímulos del poder ni la infraestructura electoral. El resultado, a medio camino entre lo simbólico y lo táctico, revela que el petrismo sigue teniendo un núcleo electoral sólido, pero necesita reconectar emocional y territorialmente si quiere transformar ese piso en una nueva mayoría para 2026.
⚖️ Análisis integral — Consulta Pacto Histórico 2025: el rediseño del poder legislativo
1. Una consulta con doble propósito.
El Pacto Histórico no solo midió a sus precandidatos presidenciales (Cepeda vs. Corcho), sino que estructuró su arquitectura parlamentaria rumbo a marzo de 2026. Con más de 2,5 millones de votantes para las listas del Senado y una cifra similar al sumar las votaciones regionales de Cámara, la izquierda demostró capacidad de movilización orgánica, incluso fuera del calendario legislativo tradicional. Fue una apuesta arriesgada —consulta fría, baja infraestructura, clima jurídico incierto— que terminó ofreciendo legitimidad interna y orden político.
2. Emergencia de nuevas figuras y desplazamientos visibles.
En el Senado, las tres primeras posiciones las ocuparon Wilson Arias (167.707), Pedro Flórez (162.463) y el influenciador Walter Rodríguez “Wally Opina” (135.968), reflejando la hibridación entre militancia tradicional y capital digital. La sorpresa fue precisamente ese tercer lugar: un outsider mediático desplazando a congresistas en ejercicio. También destacaron Ferney Silva (83.839) y Patricia Caicedo (71.760), la mujer más votada, símbolo de los nuevos respaldos familiares y territoriales del petrismo (Magdalena, Caribe).
En Cámara, las dinámicas se repitieron: en Bogotá irrumpió Laura Daniela Beltrán “SmileLalis”, una figura del activismo digital que superó a legisladores como Racero o Landinez. En Antioquia, Hernán Muriel (41.612) desplazó al congresista Alejandro Toro, mostrando un reacomodo regional frente al grupo de Daniel Quintero. En los departamentos del Caribe y el Pacífico (Atlántico, Cauca, Valle), las votaciones consolidaron liderazgos locales amplios, desde Alejandro Mondragón (84.869) en el Valle hasta Amaury Julio Pérez (25.428) en Bolívar o Erika Muñoz (5.819) en Caldas.
3. Paridad, alternancia y tensiones internas.
El mecanismo de paridad y alternancia de género implicará que algunos nombres con votaciones altas cedan posiciones en la lista definitiva, lo cual abrirá nuevas negociaciones internas. Este principio refuerza la identidad progresista del Pacto, pero también genera fricción entre la legitimidad del voto y el equilibrio de género.
4. Radiografía territorial del petrismo.
Con presencia activa en 30 de los 32 departamentos, el Pacto Histórico demostró capilaridad nacional. Sin embargo, el contraste entre regiones muestra asimetrías electorales: mientras departamentos como Valle, Cauca y Antioquia movilizaron decenas de miles de sufragios, otros como Vichada, Guainía o Amazonas apenas superaron el millar. Esto confirma un mapa de izquierda concentrado en ejes urbanos y costas, con desafíos de expansión en el centro rural y la Orinoquía.
5. Lo que realmente significa el resultado.
Más allá de las cifras, el Pacto logró institucionalizar un mecanismo interno de legitimación política: un modelo de democracia participativa que sustituye la imposición de listas por la votación directa. El resultado muestra que el petrismo, aun con desgaste de gobierno, mantiene una base de entre 2,5 y 2,8 millones de electores fieles, lista para ser reactivada en la contienda de 2026. Iván Cepeda emerge así no solo como candidato presidencial, sino como eje articulador de un bloque legislativo renovado, más joven, más digital y más diverso.

