El mar, más que una deliciosa zambullida

Por Lisbeth Fog Corradine

Al repensar la economía del mundo, hoy más que nunca es necesario poner al planeta Tierra en el mismo nivel del ser humano. La bioeconomía busca generar beneficios a los ciudadanos sin destruir la vida que hay a su alrededor. Este es un reto en el que se embarca Colombia en diferentes ecosistemas. ¿Cómo sucede en el caso de los océanos y los recursos hidrobiológicos en general?

Ilustración de Sofía Andrade

Un pescador del Chocó ha visto menguar su pesca. La minería ilegal del río Atrato lo ha llevado a buscar otras fuentes de agua donde pueda navegar en su canoa con tranquilidad. Su sueño no es solamente llevar la faena del día para el consumo de su familia; le hubiera apostado a poder tener su propio negocio de venta de pescado para su comunidad, para los turistas y, por qué no, para enviar a ciudades del interior, incluso a otros países.

Esa posible venta de pescado y esa propuesta de alimentación para quienes se acercan por unos días a disfrutar de las aventuras selváticas del Chocó biogeográfico, este hotspot como diría el entomólogo Edward Wilson, serían un buen ejemplo de los resultados de la estrategia de Bioeconomía, generada por la Misión Internacional de Sabios 2019 y hoy en día liderada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, con aportes además del Departamento Nacional de Planeación.

Para lograrlo, varias universidades y centros de investigación le han apostado, desde hace décadas, a buscar en la biodiversidad marina alternativas que, sin ser destructoras, apoyen procesos productivos de las comunidades.

Este es el caso de la pesca sostenible, donde aún sea posible practicarla o de investigaciones que escudriñan entre los más guardados secretos de una esponja marina, un componente que sirve como antibiótico o para curar ciertas enfermedades. En los dos casos, responderían al desafío estratégico planteado por Minciencias de Biodiversidad y sus servicios ecosistémicos, incluso al de Salud y Bienestar.

Bioeconomía del Pacífico

El Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico, (IIAP) con sede en Quibdó, adelanta investigaciones en pesca artesanal, -sábalo, bocachico, mojarra, dentón, camarón y piangua, entre otros– y en recursos biológicos marinos y continentales con el propósito, no solo de conocerlos en profundidad, sino producir modelos productivos sostenibles.

Por esa razón, dice con firmeza Moisés Mosquera, investigador del componente productivo de este centro de investigación, las propuestas de estudio vienen por interés del investigador o “por pedido de los grupos étnicos del territorio, en armonía con las necesidades o los planes de desarrollo y de vida de las comunidades negras e indígenas”. Ellos son protagonistas.

El proceso es el siguiente: se identifican los peces y ecosistemas en los territorios del Chocó biogeográfico, se estudia si hay afectación de esos ecosistemas estratégicos sobre el recurso hídrico para su calidad de vida. Más adelante, se conoce cómo en ese entorno están las comunidades que han usufructuado históricamente esos recursos, y “cómo esas prácticas ancestrales coadyuvan a generar bienes alimentarios y conservan el entorno ambiental”. La seguridad y la soberanía alimentarias de las comunidades son su objetivo.

En el IIAP existe la figura del co-investigador, “una persona de la comunidad, con alto reconocimiento social en su entorno y el respeto que le tienen por su gran conocimiento de la región y su liderazgo”, explica con orgullo Mosquera. Este coinvestigador se convierte en el enlace entre la investigación formal y todo el acervo de información ancestral para producir un bioproducto.

De este modo, ya no es solamente el local que apoya las cuestiones logísticas de transporte, guía y provisión de alimentos. Así lo ha hecho la Comisión Colombiana del Océano (CCO), entidad que, desde 2014, coordina el Plan Nacional de Expediciones Científicas Marinas (PNEC), estructurado a partir de dos programas científicos: i) Seaflower en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina y ii) Pacífico, en toda su cuenca. En las doce expediciones realizadas desde entonces, la CCO ha incluido a las comunidades locales en el proceso de formulación y ejecución de los proyectos de investigación.

Su secretario ejecutivo, el capitán de navío Juan Camilo Forero Hauzeur, explica que, en el caso de Bahía Málaga, el turismo se concentra, principalmente, en los cuatro meses de la época de la migración de las ballenas jorobadas, dejando el resto del año sin mucha actividad. Así lo explica Forero: “A partir del diálogo generado entre los científicos y los sabedores tradicionales durante el desarrollo de los proyectos de investigación, para los Consejos Comunitarios del área fue evidente que, durante el resto del año, tendrían toda la capacidad de sustentar un turismo de naturaleza basado en aves marino-costeras, reptiles y anfibios. Para ello, en conjunto con los grupos de investigación, se está trabajando en la generación de guías de identificación de especies y la generación de una publicación fotográfica de la riqueza natural del territorio”.

Bioeconomía del Caribe

Hasta 2019, de las 168 especies de esponjas marinas de aguas colombianas, 115 han sido caracterizadas químicamente en busca de componentes promisorios aplicables a la salud humana. De eso puede dar fe la química Carmenza Duque de la Universidad Nacional de Colombia quien creó en 1984 el grupo de investigación Estudio y aprovechamiento de productos naturales marinos y frutas de Colombia, con varias líneas de investigación, entre ellas la que busca potenciales usos farmacéuticos y agrícolas a partir de organismos marinos. “Nuestros mares tienen una fuente inigualable y renovable de biodiversidad denominada el tesoro azul de Colombia”, asegura Duque. Posteriormente, otras universidades como la de Antioquia, la Tadeo Lozano, Córdoba y La Sabana se unieron en esta empresa de convertir compuestos naturales marinos en bioproductos útiles para la economía colombiana. Han aislado más de 1500 a partir de algas, microorganismos e invertebrados marinos, principalmente esponjas y corales.

Por ejemplo, el octocoral Antillogorgia elisabethae, que se encuentra en aguas de San Andrés, tiene actividades antimicrobiana y antiinflamatoria. Otros octocorales actúan contra virus que producen enfermedades como el Zika y el Chikunguña. Asimismo, las esponjas del Golfo de Urabá, estudiadas por científicos de la Universidad de Antioquia, tienen potencial activo contra la leishmaniasis y la tuberculosis. En el campo agrícola han encontrado compuestos en microorganismos que combaten bacterias que afectan cultivos de arroz, de clavel y de ñame.

Entre 2016 y 2020, 140 publicaciones científicas se refirieron a la bioprospección de los organismos marinos en aguas colombianas.

La investigación del Centro de Educación, Investigación y Recreación, CEINER, en el Oceanario de las Islas del Rosario, se enfoca en el repoblamiento y conservación de aquellas especies de alta importancia ecológica y económica como el mero guasa, especie del Océano Atlántico que está en categoría vulnerable a nivel mundial, del cual ya han logrado reproducir y mantener en laboratorio larvas, alevinos juveniles y adultos.

Bioeconomía de agua dulce

En aguas continentales sobresalen los trabajos realizados por el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, SINCHI, los cuales buscan bacterias capaces de reducir el mercurio inorgánico, en el marco de los procesos de biorremediación de contaminantes en los ríos amazónicos.

Así mismo, sus investigadores han iniciado ensayos con la cachama cultivada, añadiéndole valor al transformarla en hamburguesa de pescado que puede ser fuente de alimentación escolar o para el comercio local. Además, con las escamas del pescado, que de no aprovecharse son difíciles de manejar como residuo, obtienen colágeno, útil en la industria cosmética.

El grupo de investigación Desarrollos e Innovaciones Sustentables de los Recursos Marinos y Energéticos (Dismares), que nace del spin-off Biohidroingeniería de la Universidad del Valle, inició ensayos para adaptar una patente otorgada en 2012.La patente se trata de la aplicación de una tecnología de cultivo de cachama, mojarra y bocachico que trabaja actualmente con tres comunidades del Magdalena: pescadores, indígenas y prestadores de servicios turísticos. Según su director, Juan Guillermo García Garay, esta tecnología se hace “no solo pensando en el desarrollador sino en quien la va a usar”.

Bioeconomía como estrategia

La Misión de Sabios incluyó la bioeconomía en uno de sus focos estratégicos –Biotecnología, bioeconomía y medio ambiente-, pero viéndolo bien, aplica también al de Océanos y recursos hidrobiológicos.

La Bioeconomía gestiona eficiente y sosteniblemente la biomasa, la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos para generar nuevos productos y procesos con alto valor agregado, basados en el conocimiento.

“La bioeconomía”, dice Arturo Luna, gestor de ciencia y tecnología de Minciencias y líder del programa Colombia Bio, “necesita la ciencia, la tecnología y la innovación para que se mueva”.

Aunque no es nueva, pues son muchos los grupos de investigación del país que vienen trabajando el tema desde el siglo XX, esta estrategia está también incluida en el CONPES 3934 de 2018, sobre política de crecimiento verde. Y, siguiendo a Luna, son varios los sectores que se benefician con la bioeconomía: salud, energía, agricultura, química, turismo y alimentación.

Capacitación en Colombia: océanos y bioeconomía

Con un sentido premonitorio, desde 2009 seis universidades colombianas ofrecen el doctorado interinstitucional en ciencias del mar, sobre la base de que el 44% del territorio nacional es oceánico.

Su coordinador, el oceanógrafo y profesor de la Universidad del Norte, Rafael Ricardo Torres dice que algo que lo caracteriza, y “que no es muy común en el país, es que los miembros de este programa priorizamos la colaboración sobre la competencia”. Las universidades Jorge Tadeo Lozano, Antioquia, Valle, Magdalena, Nacional y del Norte ofrecen este programa junto con tres instituciones: el Invemar, la CCO y la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla. Torres menciona que “eso le permite al país ganar en la formación de profesionales del más alto nivel para que ayuden a seguir con el desarrollo económico, social, político, ambiental de nuestros océanos”.

Ya se han graduado 24 doctores y vienen en camino alrededor de 50. “Este es el progra-ma bandera en nuestro país bioceánico”, dijo. Pero sus retos son inmensos, “porque el espectro de investigación científica en temas oceánicos es inmenso”, concluye.

Por lo anterior, se afirma que se necesitan más investigadores, pues a este ‘tesoro azul’ y al agua, en general, les falta mucha investigación que devele todos sus secretos con aplicación para el bienestar del ser humano y del planeta. Además, siempre debe estar presente la participación de las comunidades que viven alrededor de estas aguas, como se desprende de muchos de los proyectos consultados para este artículo. “Para mí, con toda honestidad, si no hay un plan de prioridades que resuelva los problemas, lo que vamos a hacer son acciones coyunturales”, dice el biólogo y profesor de la Tadeo Lozano, Francisco Gutiérrez, relator del foco de Océanos de la Misión de Sabios. Así, los beneficiarios, en principio, deben ser unas comunidades locales independientes y económicamente productivas. En últimas, todos los seres vivos del planeta serían también beneficiarios.

Tomado del Sitio Ciencia para Todos de Minciencias

Por webmaster

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