En la parte más alta del barrio Chipre, en Manizales, hubo alguna vez un lago en el que los habitantes de la ciudad ejercían actividades lúdicas y se reunían para comer obleas. Este lago se formó, según algunas versiones, de un nacimiento de agua que hubo en ese lugar, que para entonces era “morrogacho” por la apariencia que este tenía al observarlo desde el municipio de Neira.
En este lugar, año 1843, después de que Fermín López y otro grupo de colonos ya hubiesen dejado las huellas de sus pisadas, el señor José Joaquín Arango Restrepo se subió a un árbol y desde allí quedó embelesado con lo que vio: la planicie donde sería construida la expansión de la ciudad de Manizales y los picos blancos del Ruiz el Santa Isabel.
En honor a ese encuentro, se dice, es de donde viene el apelativo de “Aranguito”. Hay quienes dicen que por el contrario, se debe a un colono que vivió allí y de cariño le decían “aranguito”.
En 1922 la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales decidió organizar un parque para que los manizaleños fueran a disfrutar de las tardes de ocio, de modo que adecuaron el terreno y levantaron un kiosco. Cada ocho días se llevaban a cabo retretas con las cuales se deleitaron por mucho tiempo los amantes de la música.
Otro de los atractivos era un pequeño mono que al ganarse la confianza de los turistas, les agarraba el pelo y arrebataba pequeñas pertenencias que solo devolvía si le daban comida. En realidad habían muchos más animales.
El lago permaneció hasta principios de los 60´s, cuando dio lugar a un estadero llamado “Las torres”, donde la rumba era con orquestas en vivo, particularmente en las épocas de la Feria de Manizales. El lago secó a propósito para dar lugar a lo que hoy es el monumento a los colonizadores.
Texto: #MiPuebloEnHistorias .
Foto: Biblioteca Nacional de Colombia.